Por Álvaro Cabrera
Este es el primero de una serie de artículos que tratan de ofrecer elementos
para una discusión sobre uno de los problemas principales que se encuentran tras
la lógica imperante sobre el desarrollo y que suele ser ocultado del debate
público: el modelo de los llamados países desarrollados es insostenible
ecológicamente y está además generando graves problemas ambientales al resto de
los países del mundo.
Distintas voces vienen
alertando desde hace un tiempo sobre la grave crisis ecológica que enfrenta el
planeta. No pocos pensadores e investigadores se refieren a ella como un
momento crítico en la historia de la humanidad, en que la capacidad del ser
humano para producir cambios a gran escala sobre los sistemas ecológicos de la
Tierra ha puesto en peligro su propia supervivencia como especie.
Edgardo Lander, por
ejemplo, se refiere a esta coyuntura como una crisis del modelo civilizatorio,
porque pone en entredicho no solo el modelo de desarrollo que se ha hecho
hegemónico, sustentado en la premisa del crecimiento continuo y materializado
en las relaciones capitalistas de producción, sino también a las bases del
pensamiento occidental que lo han construido, que han convertido a la
naturaleza en un objeto que existe para ser dominado y explotado para beneficio
del ser humano.
Hay varios aspectos de
esta coyuntura que vale la pena enumerar. Los llamados países desarrollados, la
mayoría ubicados en el Norte, han sido los que han sacado mayor provecho de
este modelo, sin embargo, como resultado de su proyecto de desarrollo han
producido un gran desgaste a su base ecológica, con lo cual se han vuelto
dependientes de los recursos y servicios de los ecosistemas de los países del
Sur. Por otra parte, el nivel de desarrollo alcanzado en estos países pareciera
no estar produciendo el bienestar que se podría asociar a su situación en el
sistema económico mundial (muchas encuestas reflejan la caída en el nivel de
satisfacción con la propia vida que recorre a los países llamados desarrollados).
Por otro lado, un
tercer aspecto se refiere a la situación ambigua que deben enfrentar algunos
países del Sur, poseedores de una gran riqueza de recursos naturales, pero
compelidos por la lógica del sistema económico imperante a explotarlos intensivamente
para pagar deudas y obtener beneficios económicos que les permitan mejorar las
condiciones de vida de sus poblaciones. Un cuarto aspecto, se refiere a una de
las consecuencias más perversas de la versión actual del capitalismo, referida
a la existencia de una abismal desigualdad entre el nivel de vida de unos
países y otros e internamente dentro de cada país, lo que algunos han
caracterizado como la existencia de un Norte en el Sur y de un Sur en el Norte.
En esta serie de artículos
haremos algunas reflexiones derivadas de estos cuatro aspectos, más que para
proponer soluciones, para plantear temas de debate que deberían ser
considerados en las discusiones sobre los proyectos de desarrollo a construir
en el Sur del mundo.
Evidencias de la degradación ambiental
Una de las medidas que
se utiliza para medir la degradación ambiental es el indicador de la Huella Ecológica.
Este indicador da una medida del nivel de consumo de recursos y emisiones
contaminantes en relación con la capacidad del planeta para regenerarse y
absorber esas emisiones. En palabras del World Wildlife Fund (WWF): “La Huella
Ecológica mide el área de tierra biológicamente productiva y el agua necesaria
para proporcionar los recursos renovables que la gente utiliza, e incluye el
espacio necesario para infraestructuras y la vegetación para absorber el
dióxido de carbono (CO2)”[1].
Según las mediciones
correspondientes a 2007, el planeta está siendo sometido a una sobre
explotación de sus capacidades (una translimitación ecológica, según WWF). Según
esta medición, para ese año la biocapacidad del planeta era de 11.900 millones
de hectáreas globales (hag) y la Huella Ecológica de consumo de ese año fue de
18.000 millones de hag. Esto implica una biocapacidad de 1,8 hag por persona y
una Huella Ecológica de consumo de 2,7 hag por persona, es decir, un consumo que
está 50% por encima de la biocapacidad del planeta.
Según este índice, para
2007 los países de altos ingresos tenían una Huella Ecológica que duplicaba a
su biocapacidad (6,1 hag vs. 3,1 hag). El ciudadano promedio europeo, por
ejemplo, poseía una Huella Ecológica de consumo de 4,7 hag, en comparación con
el promedio mundial de 2,7 hag por persona, mientras la biocapacidad promedio
de Europa era de 2,9 hag por persona, lo que significa que la Huella Ecológica
de sus habitantes era un 62% superior a la biocapacidad del continente.
En contraste, los
países africanos tenían una biocapacidad promedio de 1,5 hag por persona y una
Huella Ecológica de consumo de 1,4 hag; los países de América Latina y El
Caribe tenían una biocapacidad de 5,5 hag y una Huella Ecológica de 2,6 hag por
persona; mientras los países asiáticos tenían una biocapacidad de 0,8 hag y una
Huella Ecológica de 1,8 hag. Entre los casos más notorios se encuentra Estados
Unidos, que en 2007 tenía una biocapacidad de 3,9 hag y una Huella Ecológica de
8,0 hag, es decir, que consumía más del doble de lo que su biocapacidad le
permitiría.
Según el Informe de
WWF, “los 31 países de la OCDE, que incluye las economías más ricas del mundo,
totalizan el 37% de la Huella Ecológica de la humanidad”[2], esto
con una población que equivale al 18% de la población mundial.
Aunque existen otros
indicadores relevantes para mostrar el deterioro que está sufriendo el planeta,
resulta evidente con este indicador que el planeta está siendo sometido a un
proceso de agotamiento de sus capacidades que implica la destrucción de los
recursos que necesitarán las generaciones futuras para tener una vida de
bienestar. Lo más grave de esta situación es que el deterioro se está concentrando
en los países más empobrecidos, pues son éstos los que están sosteniendo el
nivel de consumo de los países del norte desarrollado. Sobre ello hablaremos en la próxima entrega.■
No hay comentarios:
Publicar un comentario